Hoy era un día muy especial, pues llegaba al santuario de la Virgen de Montserrat, patrona de Cataluña el día del patrón de Cataluña. Una montaña y un santuario que conozco muy bien, ya que de joven he escalado muchas de sus cumbres y siempre al terminar, iba a dar gracias a la virgen por la buena escalada que me había dado, pero hoy he llegado como peregrino y eso tiene un significado muy especial.
Al llegar y ver la imagen, de alguna manera sentía que la Virgen me estaba esperando y más porque cuando creía que iba a encontrarla, ella me estaba mirado primero.
El camino a Montserrat ha sido una bonita vivencia de búsqueda y encuentro, ya que he caminado por un sendero “sembrado” de advocaciones de la Virgen y hoy eso era más interesante que los paisajes que me rodeaban, quizás también porque ya había transitado anteriormente por esos caminos y porqué en el día hubo de todo: Lluvia, sol, arco iris y viento.
Esta etapa, como todas las etapas ya andadas, como el camino mismo de la vida, buscamos y encontramos. Encuentro con uno mismo, encuentro con el silencio, encuentro con los peregrinos que en Montserrat siempre hay. Y esta etapa en subida y con un tiempo adverso, exigía un dinamismo constante, un querer moverse permanentemente, desinstalarse, desacomodarse.
La clave de esta etapa que acaba a los pies de la virgen, está en descentrarse, salir de uno mismo e ir al encuentro de lo que la virgen te propone y te ofrece y buscar en mi interior respuestas a:
· ¿Dónde me encuentro?
· ¿Hacia dónde quiero ir?
· ¿Qué cosas me estorban para encontrarme conmigo mismo?
· ¿Y qué cosas me dan la paz del alma?