Qué tal
Santiago ¿o debería llamarte Apóstol?
Después de
10 meses sin salir a andar una etapa, hoy lo he hecho de nuevo y ha sido por el
desierto de los Monegros y como todo, todo es ponerse de nuevo en marcha, como
el Camino...
Hoy salí
pronto. La previsión del tiempo informaba sobre la aproximación de una ola de
calor y no quería que me cogiese en un lugar que no hay ninguna sombra. Calzaba
mis viejas y queridas botas.
Comencé la
etapa en Fraga con la sensación extraña de sentirme de paso, ya se me olvidó la
sensación de ser un peregrino, sensación que debo volver a sentir. No miré
hacia atrás porque nada dejé tras de mí y fijé mi mirada sólo en el sendero
recortado, como un patrón, por las graciosas flechas amarillas.
Quería luz
y aire, necesitaba sentir de nuevo las revelaciones que te da el andar por el
Camino, hallar el sentido místico de la
Vida y el sentido práctico de la mía. Quería dejar atrás el hastío de los días
grises, la desidia del conformismo, la rutina del trabajo y la angustia por el
amenazador futuro. Quería pasar de la esclavitud de las adicciones, esquivar
para siempre el infortunio de accidentes y lesiones que cosieron de cicatrices
mi piel, olvidar los traumas familiares como ha sido la muerte de mi madre y las miserias propias que se han
acumulado desde que hice la etapa anterior. Quería vacunarme contra la falsedad
y la cobardía, la mía y la de toda esa gente de correa corta y estrecha mirada,
comulgantes de piedras de molino, anclados en el amargor y la envidia
mascullada.
Sólo tengo
ganas de volver y continuar el Camino donde hoy lo he dejado y contarte en
persona, cuando llegue a Galicia, todo esto, amigo Santiago, con mis botas que
no prometo que sean las mismas que hoy llevaba, y decirte que, aunque sea un
poquito, tu camino me va mejorando.