sábado, 6 de agosto de 2011

Reflexiones de El Palau d'Anglesola a Lérida (24.5 Km)


A lo largo de los primeros siglos de la peregrinación a Santiago de Compostela, los símbolos del peregrino eran constantes. Para poder reconocerlos, los peregrinos llevaban un hábito de peregrino, que simbolizaba su viaje, que rechazaba lo material y buscaba lo espiritual. Este hábito del peregrino, que sigue igual durante muchos siglos consiste en los elementos simbólicos como: "La alforja" o saco estrecho de piel de animal (yo lo he cambiado por una mochila que además es más práctica), abierto siempre, tanto para dar como para recibir; el báculo que además de defensa, simboliza la fe en la trinidad divina (yo en este punto mantengo la tradición), y la vieira cosida sobre el vestido (yo la llevo colgada en mi mochila)...son el testimonio de que se está cumpliendo la peregrinación.


Además de estas prendas, llevan: un gran sombrero de ala ancha para protegerse del sol y la lluvia (cada día que salgo a andar pienso que debería llevar uno) ; un manteo...o abrigo pardo de lana, para defenderse del frío (yo lo he sustituido por mi polar); un calzado fuerte, si es posible botas de piel vuelto de ciervo, para caminar cientos de leguas (yo estoy feliz con mis botas de senderismo)...Lleva colgando la calabaza, llena de agua de alguna fuente, o mejor en algún mesón de vino. (Yo llevo una cantimplora ligera).

Después de leer sobre el peregrino de ayer y ver estos símbolos en el Camino de Santiago hoy en día, me parece muy bonito que encontremos estos símbolos tradicionales, que de su propia manera, hacen que la historia del Camino de Santiago siga viva. Ya sé y a su vez muchos saben aunque no sean peregrinos, que la concha es el símbolo del Camino y se usa hasta en los letreros para guiar los peregrinos a Santiago de Compostela hoy en día. No creo que vaya a poder ver una concha de esa forma jamás en mi vida sin pensar en el Camino de Santiago.


Lo que aprendí el 6 de Agosto



Bell-lloc d’Urgell. Al oeste de El Pla d’Urgell, Bell-lloc sigue desempeñando su papel histórico de puente con el entorno inmediato de la ciudad de Lleida. Ha sido un lugar de paso desde tiempo inmemorial, por donde ya pasaba la vía romana que comunicaba Ilerda con Barcino.

Hasta la construcción del canal de Urgell, la mayor parte de las tierras del municipio se dedicaban a la viña. Cuando la filoxera acabó con este cultivo, a finales del siglo XIX, las aguas del canal favorecieron el cultivo de maíz y frutales. Hoy en día Bell-lloc experimenta un nuevo proceso de transformación pues la proximidad a la ciudad de Lleida y a la autovía favorece el desarrollo de una industria que va transformando paulatinamente los campos en polígonos industriales.

 Hasta Lleida hay 15 km sin ninguna otra población intermedia.

Al pie de la carretera nacional se encuentra la iglesia de Sant Miquel Arcàngel, de estilo colonial renacentista, con tres naves y una gran cúpula. Bendecida el 18 de mayo de 1952, se construyó de ladrillo, a excepción de los tres metros inferiores, que son de hormigón y piedra. En sus tejados es fácil ver cigüeñas, una especie cada vez más habitual en estas tierras.

Junto al templo arrancan las calles más antiguas del pueblo. En la calle Major están las casas más antiguas y nobles: Cal Codina, Ca la Fam y Cal Pubill.

Aún se conserva el portal románico de la antigua iglesia de Bell-lloc, que se construyó donde antes había habido una mezquita, de la que ya se tienen noticias en el año 1168, y que fue pasto de las llamas en el verano de 1936. Después se construyó una iglesia provisional aprovechando las piedras de la iglesia primitiva hasta el primer piso. Así pues, las piedras del portal son las mismas de la que fue la puerta románica de la antigua iglesia.


Lleida: La ciudad, situada a orillas del río Segre y caracterizada por el conjunto monumental de la Seu Vella, es la “capital de la Terra Ferma”, como dijo Ramon Muntaner. Es también la ciudad más grande de toda la peregrinación desde Montserrat y la última que se cruza en Cataluña, antes del pueblo de Alcarràs.

Pese a la zona industrial que hay que atravesar, las numerosas joyas que guarda la ciudad para los turistas, y también para los peregrinos menos esquivos, facilitan la asimilación del intenso ajetreo humano y urbano de Lleida.

Todas las crónicas afirman que los ilergetas fueron los primeros pobladores que se establecieron en estas tierras del valle del Segre. Sus líderes, Indíbil y Mandoni, lucharon ferozmente contra sus enemigos, pero no pudieron evitar la conquista romana. Los romanos necesitaron casi cuatro años de combates para someter a las tribus indígenas. Romanizada y convertida en municipio por su situación estratégica como paso entre los Pirineos y la Depresión Ibérica, la posterior ciudad visigoda en la que se convierte Lleida sería ocupada por los sarracenos y pasaría a ser una plaza importante de la frontera norte de al-Andalus. Fue reconquistada en el año 1149 y experimentó un gran crecimiento urbano hasta el siglo XV. Sin embargo, a partir de ese momento y hasta el siglo XIX, Lleida sufrió un retroceso demográfico casi continuo a causa de epidemias, guerras y la emigración hacia Barcelona. A partir del siglo XX Lleida empezó a crecer de nuevo, hasta convertirse en la espléndida ciudad que es hoy en día.

El Segre separa y une a la vez la ciudad de Lleida.

La Seu Vella. Situada en la colina que domina la ciudad, es la joya arquitectónica de El Segrià y se ha convertido en símbolo indiscutible de la ciudad de Lleida.

Su construcción se inició en el año 1203 en el lugar antes ocupado por una primitiva catedral paleocristiana y visigótica y, posteriormente, por la catedral de Santa Maria l’Antiga, la primera construida después de la conquista cristiana del año 1149. Las obras duraron 75 años. Se considera obra de transición del románico al gótico y probablemente constituye la pieza final de la rica tradición románica de Cataluña. Es un templo de planta basilical de cruz latina, con tres naves y, en su origen, cinco ábsides de estilo románico.

El exterior presenta numerosas puertas, entre las que destacan la de Sant Berenguer, del siglo XIII; la de los Apóstoles, del siglo XIV, entrada principal al claustro catedralicio; la de la nunciata, de principios del siglo XIII, conocida como la “puerta de las novias”, y la puerta dels Fillols (ahijados), de exuberante decoración escultórica, conocida así porque servía de acceso a los niños que iban a ser bautizados. Tres grandes rosetones hacen que el interior del edificio sea especialmente luminoso, a diferencia de la mayoría de los edificios románicos.

El claustro ocupa la cara principal del templo y fue concebido como un gran mirador sobre las tierras de Lleida. Todas las arcadas son diferentes y su excepcional trabajo es una inmejorable muestra de la belleza de la tracería gótica. Sin duda es lo que más sorprende al visitante que se acerca por primera vez a este monumento. En uno de los ángulos del claustro se alza el campanario, de 70 m de altura. Es el único campanario gótico octogonal terminado que se conserva en el antiguo territorio de la Corona de Aragón, además de ser el más alto de Cataluña. De las 16 campanas que llegó a tener, sobreviven dos: Mónica y Silvestre. Si se tienen fuerzas para subir los casi 250 escalones que conducen a lo más alto del campanario, se podrá disfrutar de una inolvidable vista del llano de Lleida.

En el interior de la Seu Vella se puede admirar un singular conjunto de capiteles que coronan las columnas del absidiolo septentrional adyacente al presbiterio con escenas de Cristo y del apóstol Santiago. Las escenas representan el martirio del santo, el traslado de su cuerpo y su sepultura.